Raúl Betancourt, era Suma
Pensar en algún libro era la forma mas inmediata y casi automática de conectarnos con Raúl Betancourt. Su fácil y amable trato fue uno de los cauces que mejor logró familiarizarnos a la amistad con los libros; en una de las primeras oportunidades en que lo contacté, le pregunté por una novela de Mark Twain, El príncipe y el mendigo. Me dijo donde estaba, y la tenía en mis manos cuando se acercó con otro libros y me dijo que le acababan de entregar, eran ejemplares de las novelas completas y los ensayos del escritor. Consideraba mucho mas ventajosa esta opción. Era una bella edición en dos tomos de Aguilar concebidos en bello papel bíblia. Suspiré, revise, e hice pucheros ante la oferta, solo qué, por forzosa y pecuniaria razón, hube de posponer el trato hasta dos semanas después. Para mi regusto y cómo forma de honrar el recuerdo de Raúl, aún conservo el Tomo I.
Estimo que él nunca nos vendió un libro, fue su pasmosa capacidad para reconocer el significado de cada obra, lo que nos obligaba y comprometía a acercarnos a ellas. No hubo oportunidad, en la que al pretender opinión de un escritor o alguna obra, no obtuviera una respuesta acertada, para rechazarla o para mencionar algo de mas calidad. Era peligrosísimo hacerle este tipo de preguntas directas, pues al final era imposible no aceptar la lógica en que fundaba sus juicios sobre lo que nos indicaba, visto en el tiempo, y para mi regocijo y crecimiento espiritual, felizmente desde siempre reconozco entre mis libros, aquellos que él, en cada oportunidad, recomendó.
Sus juicios y criticas tenían gran capacidad para exaltar o deprimir nuestro entusiasmo; ellas fundaron nuestra trincheras en defensa de la causa justa por mejorar o afinar nuestra sensibilidad. Sus cuitas nos dieron base para ordenar los sentidos y su relación obligada con la lectura. Siempre apreciaba finamente, y con mas profundidad que aquellos que hacían de críticos, al dar luces sobre los motivos para nosotros ocultos, sobre aquello que había de recóndito en los títulos que le sometíamos a examen. En pocas, pero muy pocas oportunidades, me decepcionó con sus apreciaciones, tanto así que luego me vi sometido a sus juicio como editor, campo en el cual es mucho lo que le agradezco; pues fue bastante lo que hizo por mis libros.
Había abundancia de afecto en sus juicios inmarcesibles y una real y eficaz y envolvente fuerza en su manera de sonreír, fluido que brotaba aún en sus mayores tristezas, que las hubo, para resarcirnos exultando ansias de luz, de goce y alegría.
En Suma estuve, igual abrevaron de esto mis hijos, y ahora voy con los nietos, las luces de Raúl, y la sencillez de Julia siempre estarán presentes cuando de Suma se trate y de lectura nos sintamos acortados.
Este lugar, verdadero y pleno lugar, fue concebido y mantenido por Raúl , para hacer suma de, obras, títulos, saber, amigos, adictos, especie de cofrades que asistíamos semanalmente, con o sin motivo, para recibir de él las buenas y nuevas referencias; finalmente me limito a sufragar mi admiración por lo allí realizado, y desear a quienes lo heredan, cumplan para su honor, fecundos años para mantener aquello que toda nuestra amistad y afecto por Raúl lograron en el buen tiempo pasado y el por venir.
Raúl sigue el camino de si mismo, que es el que nos marcó, y por el cual lo distinguimos y admiramos.
Para Raúl Betancourt (que se escribe, Bethencourt)
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