Las barras son imprevisibles. Los parroquianos llegan, se acomodan, piden una cerveza y esperan. Esperan que alguien conocido atraviese la puerta, que el barman lo sorprenda con un pequeño bocadillo, que una mujer hermosa se le siente al lado, que entre un amigo y le invite un trago. Pero no. Eso no pasa. Y si pasa , no es más que una leve coincidencia, un error de las premoniciones. Lo que suele ocurrir es lo inesperado.
Suelo comparar la barra con la sala de redacción de un periódico. Cuando suena el teléfono uno no sabe quien puede estar llamando, ni en que calle estará en los próximos minutos, ni que personas conocerá, ni que tamaña aventura le será contada. Así son las barras. Todos los días pasa algo nuevo, algo distinto. Especialmente en las conversaciones, que fluyen sin ton ni son y se orientan por caminos inesperados. Nadan en un océano de improvisaciones, de asociaciones disímiles, de recuerdos y relatos personales, de episodios insólitos, y de risa, mucha risa.
Lo inesperado forma parte de código secreto de la barra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario