Así, en un vistazo a vuelo de pájaro (no sé como apertrechado en una barra se puede volar como un pájaro, pero en fin) a medida que vamos empapando en alcohol nuestra soledad nos iremos topando con los pobladores de un mundo tan fantástico como el que imaginó el Reverendo Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll) para la hija del diácono Liddell y que conocemos como el país de las maravillas: un hombre que camina a grandes zancadas con su levita roja o negra, su botas, bastón e impertinentes y nos dice que nació en 1883 y sigue caminando tan campante como entonces; una enorme alcachofa o un franciscano embotellado con todo y cordón, un anciano que al parecer vivió 152 años; príncipes, duques, condes y marqueses; una perdiz, un pavo real y un águila; un indio, un centauro y un gaitero con falda a cuadros; un venado, un murciélago y el oso que, inevitablemente, hiberna en las neveras del botiquín… en fin, toda una legión de diminutos acompañantes que nos invitan a descifrar los misterios enfrascados en sus habitáculos. Invitación que la sensatez aconseja declinar porque de lo contrario uno podría terminar dialogando con el Duque de Alba o, lo que es más grave, con el alcaucil de Cynar, en cuyo caso es necesario reconocer que ha llegado la hora de pedirle al bartender que nos consiga un taxi o, de lo contrario, lo más probable es que pongamos un petardo para que, ¡cómo no!, nos tilden de borracho. De ser este el caso, tendríamos buenas razones para volver al sitio: dar gracias al empleado y explicaciones a la clientela. Otra razón sería el hecho de que si nos llaman borracho no es precisamente porque estemos acostumbrados a quedarnos en casa viendo televisión.
«Yo he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento, sin el cual la vida es inconcebible. Costumbre antigua, robustecida con los años... Luis Buñuel: Mi último suspiro; Barcelona, Plaza y Janes Editores; 1982; Pp. 53-54
Hej Raul!
ResponderEliminarTror du på sommaren?
Hälsningar från Stockholm,
Liko Pérez